Los Hipsters del barrio

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En Coyoacán, como en toda la ciudad también están pasando cosas.

No había podido regresar a pasar dos días completos y seguidos a la colonia que me vio crecer, pero hace algunas semanas tuve la fortuna de hacerlo, y puede que suene a que la edad ya me pegó, pero la neta volví a valorar todo aquello que durante la primer parte de mi vida pasé.

El centro de Coyoacán me acompañó cada domingo en la cita para el desayuno con mis padres, en las perforaciones que me hice durante la adolescencia, el primer tatuaje, el primer novio y los paseos de domingo por la tarde para ir por un café (de ese que es medio malo pero la tradición hace que las filas sean interminables), algunas borracheras en sitios que es mejor no mencionar -no se vayan a asustar y dejen de leer-, el regreso de Barcelona, el reencuentro con mi barrio ymi hogar, la yoga de Italo, las otras borracheras a media semana en La Coyoacana… en fin, muchas historias son las que guarda ese lugar, muchos recuerdos y cada vez que regreso quisiera volver a vivir ahí, pero es una lástima que en la CDMX premie la corta distancia al trabajo por el caos que se vive día a día, que el amor que se le puede tener a una colonia para poder vivir ahí (ojo, también estoy enamorada de la Colonia Roma, pero hay algo que no se puede describir que solo siento cuando estoy en Coyoacán).

Y volví, y durante esos dos días, hubo reencuentros y hay dos que quisiera contarles pues forman parte del segundo capítulo de Coyoacán en mi vida.

El primero es  Café Avellaneda, durante un par de meses o quizás un poco mas fue el que me daba la bienvenida o despedida para la práctica de #Yoga, la primera vez que lo vi me hizo recordar cuando en los descansos de un día de escuela leí el que por mucho tiempo fue mi libro favorito, La Tregua de Mario Benedetti.

El nombre del local está inspirado en Laura Avellaneda, aquellos quienes ya han leído La Tregua, no tengo que contarles nada mas (si no lo han hecho, pa´luego es tarde), entré la primera vez por el nombre y porque nunca se me va a olvidar lo que me dejo este libro -hacer una tregua a la rutina de todos los días y enamorarte una y otra vez de la vida que llevas-.

Ya he pedido diferentes estilos y la verdad es que todos han sido buenísimos, no tienen un menú fijo, tienen más bien diferentes granos que provienen de varios estados de la República y productores que por cierto cuidan su producción y lo hacen de manera #sustentable.

Puedes elegir entre ripper, prensa francesa, aeropress y cada vez que vayas una distinta, estoy segura de que todas les van a gustar; yo la verdad soy un poco más conservadora y me voy casi siempre a la segura, con mi expreso largo cortado con leche… me encanta, para el día y la noche, da igual es buenísimo.

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El diseño de interiores es sencillito, cinco banquitos en la barra, unos detalles lindos de ardillas, paredes azules, una banca para la pared y listo; me gusta porque es casero y sin pretensiones, pero aquí lo mejor, la verdad es el café.

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La barra de Avellaneda.

Encuentran este tesoro de Coyoacán al fondo de la calle Higuera, pasando el mercado de comida y La Coyoacana y antes de llegar a La Conchita.

Pasen, tómense un cafesito a mi salud y de paso échenle una leída o releída a La Tregua.

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Café Avellaneda, Higuera #40-A

El segundo es Café Negro y aquí si el diseño es lo que más me gusta de este lugar; está a unos pasos del centro y cuando estas dentro, parece que estas apartado de todo lo que pasa en la calle.

Entre porque mientras caminaba, vi un cristal de piso a techo que dejaba asomar algo interesante, el mosaico del piso, la barra de madera, las lámparas industriales, lo sencillo del logo y el nombre …

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Café Negro, Centenario #16, Coyoacán.

Quise explorar con dripper, el grano la verdad no lo recuerdo, pero así de memorable fue el café la primera vez, tal vez demasiado ácido, tal vez se enfrió muy pronto… no lo se.

Las veces consecutivas ha ido mejorando, aunque no se si es porque cada vez que entro me enamora la luz de día que entra e ilumina todo el local o porque realmente el grano es mejor, no lo se y no me importa, sentarse a tomar un café y leer un libro o simplemente ver pasar a gente en este lugar es una experiencia que ojalá todos valoren como yo.

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El teléfono.

Y como en todo, el buen gusto y el toque de vida que dan las plantas es el asterisco que hace que vuelvas al sitio, aún cuando pasa lo de no recordar el grano consumido. Café Negro no es la excepción, pues el par de teléfonos que tienen en la barra y que además hacen como una especie de enredadera, hacen el lugar mas ameno, mas lindo, mas acogedor.

No se si sea que yo me comunico hasta por los codos y por lo tanto hasta con las plantas hablo, pero son un most en este lugar.

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La cereza del pastel…la iluminación del espacio; entre luz natural y lámparas largas que claro, en esos techos altos lucen impresionantes, logran la combinación ideal.

El espacio respira, la luz fluye, se hace un vacío de lo que está pasando fuera; por tanto uno entra, se siente como en casa, pasa el café, pasa el pan dulce, pasan los minutos y luego cuando sales, vuelves a dar paso al bullicio del Centro de Coyoacán.

El día que vayan, también acuérdense de mi cuando sientan esa extraña paz.

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