Chacahua, la luz al final del túnel

Después de las dos noches de Playa Ventura, retomamos camino hacia el sur. Teníamos que avanzar un par de horas, terminar la costa de Guerrero y llegar a «El Zapotalito» ya en Oaxaca, dejar el coche con «El Profe», bajar lo necesario y cruzar la laguna para llegar a la playa; ¿fácil, no?.

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La carretera hacia Chacahua

Había escuchado mucho sobre este lugar. Que había surf, que era una laguna pero también una playa, que había muchos niños, que llegaban las tortugas a desovar, que había muchas estrellas, que la laguna brillaba…pero nunca había estado consciente de lo que significaba llegar a Chacahua. Aquí, el tiempo parece que se detuvo; aquí, al llegar entras a otra realidad, a otro plano, a otro mundo.

«El Profe» nos dejó guardar el coche en el patio de su casa y con toda la confianza que la vulnerabilidad del momento te da, bajamos nuestras mochilas y algunas cosas «necesarias» para los siguientes días; no tuvimos mucho tiempo, ya era la hora de salida del último colectivo en lancha.

Eramos por lo menos 20 personas y un perro (Luna) en la lancha, había quien llevaba material de construcción, otros la compra del minisuper y otros más venían de la escuela. Cruzamos la laguna y después nos subimos a una camioneta como la que sale allá arriba, las mismas 20 personas nos acomodamos con todo y maderas.

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La lancha para cruzar la laguna

45 minutos (inesperados), una laguna y casi 20 km. de terracería después, llegamos.

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«Chacahua Van»

Ahora, la siguiente misión era encontrar a «Camaro«, el amigo de Toñito, el primo de una amiga que nos ayudaría en los siguientes días; por suerte en el camino nos topamos con su suegra y encontrarlo fue la parte más fácil de todo esto.

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El es Camaro.

No teníamos idea de nada, no sabíamos como era la cabaña de Toñito, ni dónde estaba, ni qué tan grande era el pueblito, si había mini super o no… a nosotros nos dijeron que Chacahua estaba increíble y no pensamos nada más.

Camaro nos llevó a la cabaña; dentro había una casa de campaña ya instalada, un mini asador (de esos dónde las señoras del mercado hacen elotes al carbón) y una hamaca; fuera, había un baño seco, un pozo de agua y un cuartito que fungía de regadera (obviamente había que sacar el agua del pozo y bañarse a jicarazos), había también vecinos; no solo humanos, sino algunos gallos, gallinas, un burro y algunos perros… para ese momento yo pensaba lo mismo que ustedes; ¿qué carajos estamos haciendo aquí?…

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Nuestra casa de la playa por algunos dias.

Ahora que lo escribo, la verdad es que no sabíamos qué hacíamos ahí, pero debo decirles que fue muy divertido cambiar de un hotel en dónde todo esta perfectamente controlado a una casa de campaña en palapa en dónde poco puedes controlar.

Cuenta Juan Pablo que nunca había tenido tanto miedo como esa noche, durante horas pensó que regresaríamos a casa del Profe y nuestro coche estaría destartalado en tabiques; yo dormí como si no hubiera un mañana; ni el burro, ni los perros, ni las gallinas me despertaron.

Los siguientes días fueron de caminar toda la isla, de relajarnos en la playa, de comer tamales de mejillón, de liberar tortugas (nunca antes experimentado), de conocer otras formas de vida y otras realidades, pero también de experimentar.

 

 

 

 

 

 

 

 

Camaro, además de ser nuestra salvación por estos días, me regaló una de las experiencias más locas e increíbles del viaje y de mi vida. Quedamos de verlo a la una de la mañana (¿?) en la cabaña para ver lo de la laguna brillando, la idea es no toparte con la luz de la luna pues no sería posible hacer el recorrido.

Una canoa, 3 remos de madera. No cámaras, no celulares, no perro. Sólo nosotros tres. La noche está mas negra que nunca, vamos remando en medio de los manglares que entre ellos mismos forman túneles; hay ruidos, de todo tipo y nosotros, sentimos miedo. Miedo a no saber en dónde estamos, qué suena, qué animales hay dentro y fuera de la laguna, a dónde vamos, pero seguimos.

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Así, pero de madrugada.

De pronto paramos en uno de los túneles y Camaro nos pide que pongamos mucha atención; la canoa seguía avanzando y cuando salimos de la obscuridad nos recibe el cielo lleno de estrellas, más estrellas que nunca, más de lo que jamás habían visto mis ojos. Nos pide que metamos la mano al agua y al moverla, todo brilla; como en el cielo. Me aventé a nadar y en medio de toda la obscuridad del agua, también había estrellas; las que yo estaba haciendo conforme me movía; muchísimas.

Pasa algo en esa laguna que te sientes en medio del universo, hay estrellas arriba y abajo de ti, te abrazan, te vuelves a dar cuenta de que no eres nada, de que efectivamente todo eso que ves, no es más que un reflejo de ti, de lo que piensas, de lo que creas.

Chacahua me deja la certeza de que el universo existe, de que estamos de paso, de que no importa qué tan negro y obscuro sea el túnel por el que estés pasando, llegará el día en que mires hacia dónde quieras y solo habrá estrellas; falta aventarse, sin miedo para que todo brille a tu al rededor.

Pasamos las pruebas, el coche sobrevivió y nosotros también. Lo demás, es pura vanidad (Y si no me creen, vean la cara de luna).

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